Bronca en la taberna

Al abrir la puerta de aquel antro, pude avistar en primera instancia una barra tras la cual un obeso posadero servía una jarra de cerveza a un robusto enano cuyos pies colgaban del asiento que ocupaba. Al fondo de la barra pude distinguir a un grupo de borrachos que reían y balbuceaban bromas mientras el vino que se perdía de camino a su boca recorría sus brazos y sus ropas. En la esquina de la barra más cercana a la entrada, una figura alta con una larga capa de color verde oscuro cuya capucha tapaba su rostro se dejaba caer sobre la barra, como arropando la copa de vino que tenía frente a si.
Cuando la puerta quedó completamente abierta vi una acogedora chimenea y unas cuantas mesas, en una de las cuales un grupo de medianos parecía jugar a algún juego de azar mientras en la otra, tres hombres parecían hablar bastante en serio de algo.
Me adentré en este “paisaje” y me acerqué a la barra a pedir una cerveza mientras algunos de los medianos empezaban a levantar su estridente voz. Al tiempo que me servían pude adivinar que alguno de ellos parecía haber hecho trampas y el resto se lo recriminaba. Así, de pronto uno salió trastabillado por un empellón y chocó con uno de los tres humanos que negociaban en la mesa de al lado.
-¡¿No ves que estamos tratando temas importantes?! ¡No oses molestarnos, sucio pequeñajo!- vociferó encolerizado el hombre mientras devolvía al pobre mediano a su sitio con un nuevo empujón.
Y comenzó una pelea entre los medianos, con empujones y puñetazos que volaban de un cuerpo a otro, además de algún mordisco furtivo.
Hasta que uno salió despedido en dirección al grupo de borrachos, que se vieron derribados y al caer mojaron de cerveza y vino al enano que se hallaba sentado en la barra. Éste se dio la vuelta y rojo de ira gritó: -¡Me habéis manchado mi valiosa barba de enano! ¡Pagaréis por esto, insensatos!- y según terminó de decirlo empuñó un martillo que llevaba en su cinturón y se lanzó sobre el grupo de medianos, asestando martillazos a diestro y siniestro mientras los tres hombres de la mesa de al lado sacaban espadas y dagas para protegerse y los borrachos se quedaban en el suelo, parte perplejos por la escena, parte incapaces de levantarse por el efecto del alcohol en su equilibrio.
Ante esta escena, vi que el tabernero se escondía tras la barra, dejando que destrozaran su local, y la misteriosa figura de la capa se giró rápidamente y abandonó el local, lo que me pareció una idea magnífica.